Obsequio
La doncella se ruborizó
frente a sus labios.
- Que luzca el mejor
vestido – ordenó el joven desafiando al rey.
- Sí, que nuestras
deliciosas piedras, nuestros oros y riquezas adornen sus cabellos – gritó la
multitud.
- Que su calzado de
azafrán ilumine cada uno de sus pasos – el príncipe imploró.
- Que sus manos blancas
dibujen nuestros sueños – clamaron.
La doncella se deslizó
engalanada hacia su encuentro.
- ¡Qué viva la reina! – rugieron
los muros imperiales – El ojo de la piedad.
- ¡Qué viva! – se oyó -
¡La heredera!
La cabeza de la mujer
rodó, esparciendo lágrimas, a los pies del penúltimo beso.
La
promesa
Los amigos se encontraron
en una esquina. Estupefactos, se miraron. Llegó el abrazo; luego, las lágrimas.
Ambos suspiraron la
antigua promesa.
Dos dagas centellearon.
Sólo una se opacó.
Orgullo
Jamás había podido con un
rompecabezas.
- Malditos ingeniosos que
destruyen este orgullo que me alimenta – blasfemaba, mientras se arrastraba por
los valles de la miseria.
El día de su cumpleaños
recibió uno; y lo desechó. Pero, la curiosidad o el arrebato lo sentaron a la
mesa.
Veinte años se tardó.
Cuando quiso ver el sol, la figura apareció: heridas, piedras, ruindades,
promesas, palabras, cadáveres; sólo diminutos trozos de cartón.
Murió (o se desvaneció en
su arrogancia). Dicen que no despertó.
Reyes
Según el oráculo, el
sendero pedregoso era el de la derecha, pero su sentido común indicó al rey
semejante equívoco.
Rió a carcajadas cuando
la tropilla llegó arrastrando en despojos el cuerpo de su enemigo. Atila, el
rey.
Salvación
La languidez de sus manos
lo apesadumbró. El hedor a viejo lo atormentó. Los gemidos de dolor lo
contuvieron. El espejo enmudeció.
Un médico, dos
asistentes, tres angarillas, cuatro
drogas, cinco canalillos; el respirador, que él ahogó en su postrera espiración.
Supuesto
Si hubieras imaginado que
el decreto acabaría con la existencia de tus seis hijos enamorados de aquella,
tú sonrisa, ¿habrías mantenido la cordura entre la furia y la pasión, y tal
vez, sólo tal vez, habrías soslayado tamaña insensatez?
Te juzgan. No comprendes.
No hay sentencia. Sueñas. No lo sabes. El sudor te envuelve. Acabas de
desnudarte frente al espejo de los rostros olvidados. Presumes el hedor. Gimes.
Recuerdas. Aúllas. Tu vida ha cobrado sentido: asesinar a tu mujer.
Mónica Maud (1962) es oriunda de
Santiago del Estero, Capital. Ha estudiado Letras en los niveles terciario y
universitario. Ha ejercido muy poco la docencia ya que decidió dedicarse con
más apego a la comunicación social, ha sido propietaria y editora de Revista Pragma,
dedicada a la Lingüística; luego, editora del Suplemento Cultura de Nuevo
Diario, es directora editorial de Revista Aprender. Ha colaborado con numerosas
revistas literarias y con La Gaceta Literaria, de Tucumán.
Tiene
editado un libro de cuentos, Yo, sacrílega y otros, inéditos. Es solitaria, lectora voraz y fanática de los escritores
argentinos del Boom y de los rusos.
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