jueves, 28 de diciembre de 2017

MATÍAS RIVAROLA (Corrientes)



1.
En el barrio cae una bomba y todos corren. Gladis, la almacenera, sale a la vereda ensangrentada y se derrumba a los pies de un paraíso. Don Ávila, que justo pasa buscando changas, socorre a uno de los chicos que grita debajo de los escombros. La pelota que andaba girando fue a parar a una cuneta con agua podrida. También hay un bote viejo, en el que ayer nos besamos. Y eso es todo.

3.
Los sabiondos del fútbol dicen que los grandes equipos nacen de pequeñas sociedades: Bochini-Bertoni, Gullit-Van Basten, etcétera. En el barrio había una: Lobito y Terry. Lobito era el perro de Don Sosa, pero todos lo queríamos como propio. Terry era su antítesis: vivía con mala onda y no se bancaba a la gente. Pero uno era la sombra del otro. Los perros de barrio son dueños de la calle; es una regla no escrita. Un día que no pasaba nada, un auto pasó por encima del cuerpo morrudo del Terry, que, como un testimonio de su vida, gruñó hasta el final. Fue algo terrible. Lobito anduvo errante y así siguió algunos años más, como buscando algo incierto. Hasta que un día se quedó ciego y, como casi todos, también se fue del barrio.

8.
Esta noche voy a cocinar. Voy a prepararte una receta tailandesa que aprendí por televisión. Es fácil: hay que cortar morrones verdes, rojos y amarillos en juliana, lo mismo un par de gajos de cebollín y un zapallito italiano. Saltear todo eso, más algunos hongos y camarones, en una sartén precalentada en aceite de oliva. Imagino una presentación prolija. Imagino que recibirás el plato con una sonrisa y que vas a amoratarte los dientes con vino tinto. Y con los labios aún mojados me darás un beso húmedo y dulce que será el paso previo a un sofá amarillento, donde caeremos gastados y viejos, apartando migas y pelos de perro para proseguir en ese ritual que nunca termina de ser perfecto.

11.
Trabajo digno y noble el del orfebre. Ya quisiera para mí la constancia de martillar a diario sobre metales y chapas, tomar el cincel y aventurarme hacia formas imposibles, pulir en busca de un brillo escondido debajo de capas arraigadas de herrumbre. Ya quisiera, también, la templanza necesaria para fundir cosas a mil grados de temperatura. Sentir que el cuerpo se derrite y de pronto se torna maleable. Pulirlo sin descanso, con la fuerza inagotable de aquel que ama lo que hace.

12.
Los últimos días estarán, seguramente, repletos de posibilidades de redención. También es casi seguro que las iré dilapidando. Quizá empiece a sincerarme y a poner alto las canciones que me avergüenzan. Voy a renegar por pavadas. Evitaré las calles que, creo, me traen mala suerte. La superstición me acompañará hasta lo último, porque incluso en ese momento me faltará algo más.


Matías Rivarola: nació en 1980 en Juan José Castelli, Chaco. Desde 1998 reside en la ciudad de Corrientes, donde estudió la Licenciatura en Comunicación Social y trabajó en diversos medios gráficos y digitales. Fue corresponsal de la Agencia DyN. En 2014 participó de la Antología “Cuentos Tropicantes”, editada por Literatura Tropical y el CeCuAl. En 2016 recibió el primer premio del Concurso “Chaco del Bicentenario”, organizado por la Legislatura chaqueña, además del tercer premio en el concurso de cuento corto UNNE Para las Letras, de la Universidad Nacional del Nordeste. Este año editó Mala Onda, su primer libro, que había recibido una mención de honor durante el Concurso Literario 2016 del Instituto de Cultura de Corrientes en la categoría poesía. Actualmente trabaja en sociedad creativa con el periodista y escritor chaqueño Lucas Brito Sánchez en la redacción de dos novelas breves.