Un
pobre diablo en el baldío
Sólo
lo acompaña una radio roída por el tiempo. Ata sus cosas con piolín y, con
porte torpe, trapea la tapera. Deja que sus miedos bailen en la niebla. En el baldío,
contra el cartón, Plinio bebe una ración de rancio vino.
Toque
celestial.
La
musa y el ángel se quisieron desde el día en que una conspiración celeste los
llevara al mismo cuarto. Aparecían con la voz que los nombraba, casi al unísono,
ávidos de encontrarse. En cada acorde, en cada letra, ella le abría nuevos
cielos. En cada gesto y sonrisa, él engendraba lo sublime. La sacralidad de lo
intocable, penosamente infinita, se les hizo ajena. Sin remordimientos, la
dejaron atrás.
La
frutillera
Nadie,
en toda la granja, las cosechaba así: sin machucarlas, sin aplastarlas, sin
hacerles perder el color que vibraba en la cesta. Su legendaria delicadeza le
había ganado el apodo que tanto la enorgullecía. Trabajaba cantando: “Para que
mis niñas lleguen con toda su dulzura al frasco” explicaba, secándose el sudor
con un pañuelo que yo juraba que olía a frutilla.
Fue
muy raro que ese martes no viniera a visitarnos – mermelada en mano, como
siempre hacía. Pensamos que estaba enferma; que había ido al pueblo a vender
los dulces. Encontramos su pañuelo, rojo como nunca. Estaba en el suelo, a su
lado, y olía a sangre.
Armadura
de valor
Quizás mañana, se dijo, sin mucha
convicción. Quizás mañana, con la noche de por medio, descubriera de dónde
venía. Había revisado milimétricamente, ajustando todo, y aún así, no lograba eliminar el chirrido. ¿Le seguiría
faltando? Imposible; todavía escarmentaba la carencia de la última vez. Como
quien pone un manto de piedad, se tapó con la sábana. ¿Que no era perfecta?
¿Que no resplandecía? Eso está por verse, alcanzó a murmurar antes de que el
sueño lo venciera. Cansado, desvencijado por el temor, el sufrido metal de su
armadura quedó en silencio.
Sucedió
en Copenhague
Después
de muchos años en el lecho del mar, la estatua se volvió agua, y como el agua,
se fue evaporando el recuerdo del príncipe.
Después
de muchos años en la espuma, el alma de la pequeña sirena se posó en la roca.
La misma roca que, siglos más tarde, habría de transmutarla en estatua.
Desencanto
Odiseo
despierta; suspira contrariado. De mañana, Calipso dista de ser la sirena que
lo enamoró.
Nací en Neuquén,
Argentina, en 1974. Publiqué Ecos del decir (poesía, prosa poética y haiku /
Ruedamares, 2010) y Armadura de valor (microrrelatos, Macedonia, 2016).
Participé de las antologías Escritura furtiva (Ruedamares, 2005), Cielo de
relámpagos (Ruedamares, 2008), ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de
género (Macedonia, 2013), ¿Vacaciones? Si yo te contara... (La Esfera Cultural,
2013) y Plumas al viento (Casa de las leyes, Neuquén, 2013). Algunas de mis
obras han sido incluidas en Penumbria, revista fantástica para leer en el ocaso
(México).
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