I
Una doncella guaraní orinaba acuclillada en
un pastizal. De repente una yarará la mordió ahí abajo. Un pedazo de carne
bífida crecía entre sus piernas al tiempo que su gente era masacrada por una
avanzada del ejército de Ayolas. Ni un solo soldado se privó de vejar a la
joven. La abandonaron al sol, estaqueada como un cuero de víbora. Una semana
después los españoles de la partida caían como moscas. Una extraña parálisis se
irradiaba desde el miembro hacia el
corazón. Sobrevivió un joven grumete, de nombre Ignacio, quien fue encontrado
desvariando a orillas del Paraná. Ignacio compareció ante Carlos I en una
jerigonza nasal inentendible. Fue condenado a la hoguera, los inquisidores
alegaron que los salvajes habían envenenado su lengua.
IV
Llego cansado a manotazos. La te de la pared está muy lejos (la distancia
es difusa en el agua). Un tiburón en el andarivel izquierdo entra a la vuelta
americana. Detenido un instante se transforma en sirena. Sirena con arito en el
ombligo. Se aleja entre burbujas. Mi vuelta americana es defectuosa. No llego
con los pies a la pared, respiro agua. Me hundo. El tiburón retorna por el
andarivel izquierdo. Y otra vez la sirena se aleja. Busco agarrar el aro.
Parece que está ahí (la distancia, lo dije, es difusa en el agua). Manotazo de
ahogado. Burbujas. Me voy a pique al fondo. Más al fondo.
XVII
El hilo
especial para tiburones. Un hilo de acero, resistente. Atontado de dolor. El canto de los dientes mellado. El filo del
acero contra el nervio. Latigazo, chucho, escalofrío. Dolor en las quijadas.
La fuerza de mis dientes sobre el hilo.
El dolor no se calma, no se mitiga. Las mandíbulas se mueven como sierras. Toda
la dentadura erosionada por el hilo abrasivo. Falta menos quiero creer. Una
nadita apenas. La boca anestesiada, tarascón por reflejo. El gusto de la
sangre, mi sangre, igual que el gusto a acero. El hilo por la lengua, hebras
despelechadas. Me hincan las encías. Sin tacto las encías. Igual, sigo
mordiendo. Ya se va a cortar el hilo, el acero.
Mensaje en el descanso
David
publica en su muro: “Lucía no paraba de
piropear al Pocho Lavezzi. Le tuve que vaciar un cargador en la cabeza”. Recibe
75 vistos, 8 me gustas y un emoticón que le guiña el ojo.
Prescripción médica
Roberto
sobrevivió de milagro a un infarto masivo producido durante la final de Italia
90. Su cardiólogo predijo que ese corazón no resistiría otra emoción intensa.
Veinticuatro años se mantuvo a una distancia prudencial de las situaciones
conmovedoras. Una hora antes del partido preparó su caña, se calzó orejeras y
fue al río. Durante el tiempo reglamentario o, tal vez en el alargue, pescó una
sirena. No lo emocionó la magnitud de la presa, sino la mirada de esa mujer que
boqueaba en la arena. Roberto sufrió otro infarto, fue uno de los cadáveres
reportados, esa tarde, en las inmediaciones del río.
La previa
Alzó de la
vereda un televisor y lo acomodó en el carro. El aparato se encendió,
transmitía su accidente. Lo encontraron después del partido, tirado en el
asfalto con el cuello roto. El carro a unos metros, vacío.
Fabián
Yausaz (Buenos Aires). Psicólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires y
doctorado en Letras en la UNNE. En 2015 publicó "Laguna Soto", un
poemario que no sólo indaga en la forma de hablar del correntino sino que se
constituye en una declaración de un profundo amor a esta tierra solar y de
grandes aguas. Como vemos también incursiona en el microrrelato
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