Estaba en hora de clase; la profesora de geografía daba un tema –que hasta el momento desconozco- en un idioma extraño.
Sólo yo percibí el movimiento inverosímil del banco que se tambaleaba sin razón aparente, antes de que cualquiera lo notara.
Atiné a esconderme bajo el banco, antes de que el techo se derrumbara sobre nosotros.
Después del descalabro salí de mi escondite y vi, con horror, a mis compañeros yaciendo ensangrentados, entre escombros, ninguno parecía estar vivo. Intenté salir de la destruida aula por un agujero que se había formado en la pared, entonces escuché la voz débil de mi compañera de banco llamándome desde un lugar lejano; y desperté cuando sonaba el timbre y todos mis compañeros salían alborotados al recreo.
Estefanía Páez
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