AMOR
QUIRÚRGICO
La primera vez
que me rompiste el corazón, me operaron y estuve internado hasta después de las
Fiestas.
La segunda vez
que me rompiste el corazón, escuché que el médico le decía al instrumentista
que estaba cansado de idiotas reincidentes.
Cuando sientas
que es inevitable romperme el corazón por tercera vez, te ruego que lo pienses.
Me he quedado sin obra social.
EL
BESO DEL SAPO ENCANTADO
Siempre
se puso en duda la veracidad de esta historia. ¿Puede un príncipe, por medio de
un encantamiento, convertirse en sapo? ¿Y un sapo puede volver a ser el
príncipe que dicen que alguna vez fue? Es difícil de responder. Tomar partido
por “sí” o por “no” sería meterse en terrenos cenagosos.
Sólo
podemos asegurar que cuando la bellísima princesa lo besó apasionadamente; el
sapo, por supuesto, estaba encantado.
EN
BUSCA DEL DIÁLOGO
Aquella
tarde estuve a punto de decirle lo que pensaba de ella, pero preferí callar y
me saqué la camisa. Ella, aunque también quería decirme algo, hizo silencio y
se sacó la blusa.
Sin
animarme a arriesgar una palabra, me quité el pantalón, mientras ella, con
idéntico silencio, se quitó la pollera.
Era
mucho lo que teníamos para decirnos, pero todavía guardamos silencio un momento
más, hasta despojarnos de la ropa interior.
Entonces
sí, ya no hubo impedimentos, y pudimos hablar
a calzón quitado.
ELLA Y SUS FRASES
“Como dijo Zenón -me anunció
ella-, has de saber que tienes dos orejas y una sola boca para que, oyendo
mucho, hables poco.”
Yo, que suelo ser muy tonto
cuando me lo propongo, y que oyendo poco, hablo mucho, le pregunté con harta
suficiencia “¿Qué Zenón dijo eso? ¿Zenón de Citio o Zenón de Elea?”
Y ella, que tiene pocas
pulgas (porque es muy limpia) tomó su cepillo de dientes, su jabón, su esponja,
su toalla, y me dejó aquí, en medio de esta habitación, solo como un hongo y
sin saber, eternamente, a qué Zenón se había referido cuando me dijo aquello.
Tal vez me lo merezco.
FAHRENHEIT 1976
FAHRENHEIT 1976
No era el fútbol que a
mí me gustaba. De hecho tampoco era fútbol, pero así le llamaban y era el único
deporte que se practicaba. La pelota, de cristal transparente y alargada como
un chorizo, era trasladada de campo a campo en el bolsillo del delantal; no
podía ser tocada con los pies (lo que automáticamente suponía la cárcel para el
involuntario pateador); los penales se decidían según cómo cayeran los dados
dentro de una pileta de natación; y a los goles los anotaban los arqueros,
cabeceando la pelota colgados de un helicóptero, y sólo si llovía.
No era el fútbol que a
mí me gustaba, insisto, pero le llamaban fútbol y era lo único que se
practicaba allí por entonces. Así y todo llegué a ser el goleador del torneo,
lo que unánimemente se consideraba una afrenta al país. Por ello es que fui
condenado a escribir un árbol ("Graciela y Antonio se
aman" fue mi frase), a plantar
un hijo (en el patio de atrás
del conservatorio de corte y confiscación, como es bien sabido) y a tener un libro. Eso desencadenó
mi tragedia, porque los militares (otra vez) habían derrocado al gobierno. Así
fue como cortaron el árbol (porque entorpecía la luz de un semáforo), se
llevaron a mi hijo con incierto destino, y quemaron el único libro que tenía en
mi biblioteca.
Rogelio
Ramos Signes (San Juan, Argentina, 1950) vive en Tucumán desde 1972 y ha
publicado más de veinte títulos de poesía, narrativa y ensayo. En microrrelato
ha publicado Todo dicho que camina (Universidad Nacional de
Tucumán, 2009); es autor de siete libros de microrrelato inéditos y de un libro
de teoría. Ha sido incluido en numerosas antologías, en diferentes partes del
mundo, compiló Monoambientes donde se incluyen 29 microrrelatistas
del NOA, ha dictado charlas y
conferencias y ha coordinado talleres dedicados a la minificción. Hace poco
tiempo se publicó La vie en bref, antología de microrrelatos
bilingüe castellano/francés. En los próximos días entrará en imprenta Cuaderno
Laprida, un proyecto por demás interesante.
Muy bueno!
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