Accidente: día 20
Por desgracia sobrevivimos. Ni yo era tan buen piloto ni tú
tan buena compañía. Dentro de este horizonte blanco, todo se ha mantenido
quieto e inmóvil como si el mundo aún no comenzara. Ya no temo que los
rescatistas o mi familia nos encuentren juntos.
La poca comida que trajimos para nuestro fin de semana de
pasión, hace semanas se acabó y en estas alturas nada crece, porque nada hay y
la nieve sola no sacia el hambre. Hoy temo decirte en voz alta que esas curvas
que tienes me gustan cada día más.
Después del primer beso
Luego de haber destruido la maldición, la Bestia
se deshizo de su condición zoomórfica para ser sólo un hombre normal, demasiado
normal llegó a pensar Bella ya que los jueves salía con sus amigos a tomar unas
cervezas, el viernes se pasaba toda la tarde lavando su carruaje y pasándole
pasta para lustrar madera a las ruedas, el sábado y el domingo se sentaba en el
sillón de la sala frente al espejo mágico para ver a un grupo de hombres patear
a una pelota redonda y cosida.
De esta manera la pobre Bella envejecía año tras año y
siempre antes de dormir cerraba bien la puerta de la habitación, se arrojaba al
piso y abrazaba la alfombra de oso, llorando su desconsuelo.
Entre la jauría
Dicen que los lobos devoran a sus víctimas mientras aún siguen con vida. Tienen razón.
En peligro de adopción
Aún hoy en día,
Rumpelstinski, busca un niño humano. A pesar de que puede convertir la paja en
oro y que habita en un exquisito palacio, nadie quiere darle un niño. No por
él, ni nada por el estilo, sino porque Rumpelstinki comparte su palacio con un
fornido y agraciado ogro que tiene muy buenos modales y usa ropa de
diseñadores. Todos en el reino saben que los ogros son mal vistos, sobre todo
por su fama de andar comiendo niños y esas cosas.
Por ello, el pobre
Rumpelstinki, sigue peregrinando por los juzgados en busca de un niño. Mientras
los padres prefieren abandonar a sus hijos en el medio del bosque que dárselos
a esos monstruos.
Prevenir el abandono
Todos los fines de semana
el pequeño Hansel deja un rastro de granitos de uva en grapa desde la taberna hasta
su casa. Gracias a eso, su tambaleante padre, puede encontrar el camino de
regreso.
El baile nupcial
El loco Juan alimenta a
las palomas de la misma manera que su madre alimentaba a las gallinas. Mueve
primero su mano derecha en un cuenco dejando caer unas pocas miguitas y repite
la escena con su mano izquierda, invitándolas a bailar un minué. De entre todas
las que lo rodean, elige una, se saca el sombrero y caen más miguitas. La
paloma retrocede, pero él, galante, se le acerca y le extiende la mano. La
paloma se voltea y toma un pedacito de pan, encantado de ser correspondido, le
sonríe.
Ahora, la pareja baila
haciendo círculos dentro de una ronda alada, gris y blanca. El baile continúa
hasta que se le acaban las miguitas. Luego su paloma lo observa, espera más
pan, pero él le muestra las manos vacías. Ella espera, ladea la cabeza, espera,
espera… y sale volando.
El loco Juan piensa, quizá
así es el amor.
Juan Manuel Montes Escritor, profesor de Grado
universitario en Lengua y Literatura por la U.N. Cuyo. Miembro de Triple-C (La
Cofradía del Cuento Corto) y de “La trampa: escritores independientes”. Ha
publicado en 2008 La soledad de los héroes, y en 2012 Relatos desde Liliput;
sus textos aparecen en diversas antologías como: Con la literatura no se juega
(2012), Brevedades (2013), El mundo de papel (2014), Antología Trinacional de
minificción “Borrando fronteras” (2014), Minimalismos (2015), ¡Basta! Cien
hombres en contra de la violencia de género (2016).
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