BEATRIZ VALDEZ
Con la vida en un
hilo
La mujer de negro se levantó del sillón, dejó el tejido
sobre la mesita y miró -a través de los visillos de la ventana- la calle
desierta. “¿Cuánto tiempo había pasado desde que él se marchó? ¿Dieciocho
años?, quizás veinte… ya no lo recordaba.” Volvió a su tarea: un derecho y un
revés, un derecho y un revés…
De pronto, sintió que los dedos se le amortiguaban y las
agujas cayeron en la alfombra. Un dolor impreciso se apoderó de su cuerpo; se
acurrucó en el sillón y un profundo sopor la invadió. Tuvo un sueño extraño:
sus brazos y piernas se multiplicaban y todo su cuerpo se cubría de una oscura
vellosidad. Se despertó sobresaltada con los golpes en la puerta.
-¡Querida, soy yo, he regresado! Penélope, ¿dónde estás?
Al entrar a la sala, Ulises sintió que un hilo invisible lo
envolvía con fuerza, alzándolo hasta el cielorraso. Quiso gritar, pero la hebra
de seda le oprimía la garganta. Una sombra fugaz se deslizó por el muro y en un
beso de bienvenida lo devoró.
Insomnio
La barca era un potro
encabritado en el mar turbulento. El capitán no podía dormir y decidió contar
ovejitas. No le dio resultado. “¿Y si pruebo con otro animal?” –pensó.
Se pasó toda la noche contando monos, palomas, gacelas,
leopardos… que saltaban el cerco de a dos en dos. Se durmió al amanecer, justo
cuando les tocaba el turno a los elefantes. ¡Ay, pobre Noé, no se despertó
jamás, murió aplastado!
El lector
En la fría mañana de otoño entró a la biblioteca, colgó el
bastón y el sobretodo en el perchero. Pidió a la encargada “Ensayo sobre la
ceguera”, se quitó los guantes y comenzó a leer con la yema de los dedos.
Tarde de toros
Domingo de sol. En la plaza de toros la multitud aplaude
entusiasmada. El torero hace ondear su capote y saluda al público que lo
aclama.
“¡Que te coge el toro, Manolete!”
En la arena, un reguero escarlata... Congoja nacional.
Cierre de comercios. Suspensión de actividades. Bandera a media asta. Todo el
pueblo llora y quiere darle su último adiós.
Al llegar al cementerio, el cortejo se detiene frente al
portal de hierro con cadena y candado. Un gran cartel: “Cerrado por duelo”.
El alfarero
Dejó lo que estaba haciendo y se secó el sudor de la frente
con la manga de la camisa. Había trabajado sin descanso para terminar su obra
pero no estaba satisfecho. La observó desde distintos ángulos mientras pensaba:
¿qué le falta para ser perfecta?
Se inclinó sobre la estatua y –acercando sus labios a la
boca de arcilla- con un soplo divino le dio vida.
Beatriz Valdez:
Escritora nacida en Frías, Santiago del Estero, en 1950, está radicada desde
muy pequeña en la ciudad de Catamarca. Es
profesora de Castellano, Literatura y Latín; integró el grupo “Cataletras” de
la SADE, donde publicó sus trabajos en las “Hojas de poesía y narrativa” que
editaba la institución con la Universidad Nacional de Catamarca. Integra las
antologías “Café literario 2000”; “Monoambientes-Microrrelatos del Noroeste
Argentino”, Cuaderno Laprida y “Antología narrativa argentina”. Ha publicado “Confusión
en el laberinto y otros microrrelatos” (2013)