martes, 30 de abril de 2019

FABIAN YAUSAZ (Corrientes)


I

Una doncella guaraní orinaba acuclillada en un pastizal. De repente una yarará la mordió ahí abajo. Un pedazo de carne bífida crecía entre sus piernas al tiempo que su gente era masacrada por una avanzada del ejército de Ayolas. Ni un solo soldado se privó de vejar a la joven. La abandonaron al sol, estaqueada como un cuero de víbora. Una semana después los españoles de la partida caían como moscas. Una extraña parálisis se irradiaba desde el  miembro hacia el corazón. Sobrevivió un joven grumete, de nombre Ignacio, quien fue encontrado desvariando a orillas del Paraná. Ignacio compareció ante Carlos I en una jerigonza nasal inentendible. Fue condenado a la hoguera, los inquisidores alegaron que los salvajes habían envenenado su lengua.  

IV
Llego cansado a manotazos. La te de la pared está muy lejos (la distancia es difusa en el agua). Un tiburón en el andarivel izquierdo entra a la vuelta americana. Detenido un instante se transforma en sirena. Sirena con arito en el ombligo. Se aleja entre burbujas. Mi vuelta americana es defectuosa. No llego con los pies a la pared, respiro agua. Me hundo. El tiburón retorna por el andarivel izquierdo. Y otra vez la sirena se aleja. Busco agarrar el aro. Parece que está ahí (la distancia, lo dije, es difusa en el agua). Manotazo de ahogado. Burbujas. Me voy a pique al fondo. Más al fondo.

XVII
El hilo especial para tiburones. Un hilo de acero, resistente. Atontado de dolor.  El canto de los dientes mellado. El filo del acero contra el nervio. Latigazo, chucho, escalofrío. Dolor en las quijadas. La  fuerza de mis dientes sobre el hilo. El dolor no se calma, no se mitiga. Las mandíbulas se mueven como sierras. Toda la dentadura erosionada por el hilo abrasivo. Falta menos quiero creer. Una nadita apenas. La boca anestesiada, tarascón por reflejo. El gusto de la sangre, mi sangre, igual que el gusto a acero. El hilo por la lengua, hebras despelechadas. Me hincan las encías. Sin tacto las encías. Igual, sigo mordiendo. Ya se va a cortar el hilo, el acero.

Mensaje en el descanso
David publica en su muro: “Lucía  no paraba de piropear al Pocho Lavezzi. Le tuve que vaciar un cargador en la cabeza”. Recibe 75 vistos, 8 me gustas y un emoticón que le guiña el ojo. 

Prescripción médica
Roberto sobrevivió de milagro a un infarto masivo producido durante la final de Italia 90. Su cardiólogo predijo que ese corazón no resistiría otra emoción intensa. Veinticuatro años se mantuvo a una distancia prudencial de las situaciones conmovedoras. Una hora antes del partido preparó su caña, se calzó orejeras y fue al río. Durante el tiempo reglamentario o, tal vez en el alargue, pescó una sirena. No lo emocionó la magnitud de la presa, sino la mirada de esa mujer que boqueaba en la arena. Roberto sufrió otro infarto, fue uno de los cadáveres reportados, esa tarde, en las inmediaciones del río.

La previa
Alzó de la vereda un televisor y lo acomodó en el carro. El aparato se encendió, transmitía su accidente. Lo encontraron después del partido, tirado en el asfalto con el cuello roto. El carro a unos metros, vacío.   

Fabián Yausaz (Buenos Aires). Psicólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires y doctorado en Letras en la UNNE. En 2015 publicó "Laguna Soto", un poemario que no sólo indaga en la forma de hablar del correntino sino que se constituye en una declaración de un profundo amor a esta tierra solar y de grandes aguas. Como vemos también incursiona en el microrrelato


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