lunes, 13 de junio de 2011

VOCACIÓN (Esteban Ibarra)








Mi madre tuvo razón cuando me dijo que dejara de escribir, que eso no iba a llevarme a ninguna parte.
—Dejá de escribir esas historias de mierda y ponete a trabajar de una vez por todas— decía, mientras su boca se endurecía como puño de boxeador. Yo siempre escuchaba lo que ella tenía para decirme pues la respetaba mucho y sabía que quería lo mejor para mí.
Sin embargo, no fue sino hasta unos cuantos años después cuando, cansado ya de tratar de hacerme de un nombre y un espacio en el mundillo literario, y un poco-bastante también siguiendo aquel sano consejo de mi madre, que decidí por fin tirar la toalla y dedicarme de lleno a una profesión mucho más seria y mejor remunerada.
Ahora me visto con elegancia, manejo autos importados y no tengo que lidiar con mezquinos editores, agentes antipáticos ni someterme a los mandatos de oscuras editoriales. Pero lo más importante de todo es que descubrí mi verdadera vocación. Me di cuenta que soy muy bueno en este nuevo y excitante oficio y a mis superiores les encanta mi desempeño.
La última misión que me encomendaron fue bastante sencilla. Tuve que cargarme al empleado de una fábrica que estaba levantando mucha polvareda y comenzaba a incomodar a la gerencia. El tipo exigía no se qué derechos para el y sus compañeros y había logrado convencerlos de hacer una huelga que ya llevaba más de 30 días.
Debo reconocer que fue una de las tareas más limpias que realicé. No dejé ningún cabo suelto y los dueños de la empresa agradecieron mi discreción y eficacia para con el encargo con una cuantiosa suma de dinero.
Sé que si mi madre me viera ahora se sentiría por demás orgullosa de mí. Seguramente enmudecería de la emoción, y sus labios, curtidos por los años de una vejez impiadosa, se abrirían en una sonrisa franca y gozosa, brillarían con esa mueca eufórica que sólo produce la satisfacción del deber bien cumplido.

 

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