jueves, 24 de noviembre de 2011

El tesoro (Susana Rosa Lares)







La muchacha cubría su cuerpo con una chilaba oscura. La burka sólo dejaba ver sus bellos ojos almendrados. El jinete detuvo la marcha de su cabalgadura ricamente enjaezada y le dijo que si le dejaba ver su rostro —que seguramente sería tan hermoso como sus ojos— él se casaría con ella.
—¿Estás seguro, señor? —repuso la joven.
— Sí, te lo juro por Alá —fue su respuesta contundente.
Ella fue bajando lentamente el velo. Él dio vuelta su cara con un gesto de repulsión y se marchó al galope.
Entonces, la madre le preguntó a la hija:
—Era el candidato ideal para ti, ¿por qué usaste la magia para afear tu rostro?.
La veinteañera contestó con firmeza: Porque él sólo deseaba mi belleza exterior y el verdadero tesoro está en mi corazón, que se refleja en mis ojos.

El monstruo (Adriana del Vitto)







Ambos estuvieron de acuerdo en alimentarlo, criarlo, dedicar su tiempo y sus esfuerzos a ese monstruo. Creyeron que de ese modo podrían domesticarlo (habían leído seguramente a Saint Exupery).
Pero al poco tiempo comprendieron que la tarea emprendida era casi imposible. Entonces decidieron abandonarlo. Primero dejaron los esfuerzos, luego el tiempo, la crianza y el alimento, en un simulacro de viaje inverso tratando de que, así como había llegado, se fuera.
Sin embargo, el monstruo, ya adulto, no se sintió solo ni se murió de hambre.
Es más, al ignorarlo, lo fueron haciendo, sin darse cuenta, más fuerte. Un día los devoró.
Finalmente aprendieron, a costa de su propia vida, que con la pasión no se juega.

LA CONDENA (Adrián Giménez Prado)







Escuché la sentencia del jurado. No pestañeé, creo que ni siquiera hice una mueca. Recorrí con mi imaginación el sueño soñado anoche. Volví sobre mis pasos, atravesando el pasillo a mi celda.
Me condenaban nuevamente y, como en mis sueños, por cada condena una vida distinta me esperaba en castigo. La condena sólo era un pretexto de los dioses para hacerme inmortal.



domingo, 13 de noviembre de 2011

LIBERTAD CONDICIONAL (Diana Beláustegui)







Está sentado sobre el césped verde recién cortado, con las piernas extendidas, jugando a estirar y encoger los dedos de los pies.
¡La voz que lo llama suena tan lejana!
La suave brisa le da de lleno en el rostro y aspira con profundidad la humedad que destilan las plantas cercanas a él. En el centro de su pecho desnudo, tiene todavía los pétalos de la margarita desojada, las mira y suspira.
La pelota de plástico yace a unos metros, dormida en vestigios de barro, perdiendo su silueta a base de patadas, la mira y sonríe.
El tirón de orejas lo levanta casi hasta hacerlo saltar, intenta escapar pero no puede.
Se viene el baño con el maldito shampu metiéndose en los ojos, la tarea con las vomitivas sumas y restas, la cena con esos asquerosos brócolis y la cama con el coco en el ropero.

Imagen recuperada de Internet:


EL TERROR DE LOS HOMBRES (Claudio Rojo Cesca)







Cansados de la monotonía, los hombres del imperio practicaron el canibalismo hasta que solo hubo un pequeño grupo de ellos. Incapaces de decidir cómo continuar sus vidas, se arrojaron de la cima de un enorme rascacielos. En medio del vértigo, algunos vieron sus rostros duplicarse en la pared vidriada del edificio; otros, histéricos, simplemente cantaban en un lenguaje desconocido.
Quizás un aterrado sobreviviente observó la escena desde su escondrijo y nos relató esta historia.

“LA TARDE” (Adriana Comán)







Aquella tarde monótona, en consonancia con su existencia intrascendente, ella detuvo su mirada en la pared vio una grieta que la transportó a la duda y al dolor. En ese instante todo cobró sentido y el cosmos interior de su ser se reordenó.